Zygmunt Bauman, “EL
desafío ético de la globalización”, artículo diario El país.
El desafío
ético de la globalización
Zygmunt Bauman (profesor de
sociología en la Universidad de Leeds y la Universidad de Varsovia)
20 de Julio de 2001. Artículo publicado en
el diario EL PAÍS
“Globalización”
significa que todos dependemos unos de otros. Las distancias importan poco
ahora. Lo que suceda en un lugar puede tener consecuencias mundiales. Gracias a
los recursos, instrumentos técnicos y conocimientos que hemos adquirido,
nuestras acciones abarcan enormes distancias en el espacio y en el tiempo. Por
muy limitadas localmente que sean nuestras intenciones, erraríamos si no
tuviéramos en cuenta los factores globales, pues pueden decidir el éxito o el
fracaso de nuestras acciones. Lo que hacemos (o nos abstenemos de hacer) puede
influir en las condiciones de vida (o de muerte) de gente que vive en lugares
que nunca visitaremos y de generaciones que no conoceremos jamás.
Seamos
conscientes o no, éstas son las condiciones bajo las que hacemos hoy nuestra
historia común. Aunque buena parte (y muy posiblemente toda o casi toda) la
historia que se va tejiendo dependa de decisiones humanas, las condiciones bajo
las que se toman estas decisiones escapan a nuestro control.
Una vez
derribados la mayoría de los límites que antes confinaban nuestra potencial
acción a un territorio que podíamos inspeccionar, supervisar y controlar, hemos
dejado de poder protegernos, tanto a nosotros como a los que sufren las
consecuencias de nuestras acciones, de esta red mundial de interdependencias.
No se puede
hacer nada para dar marcha atrás a la globalización. Uno puede estar “a favor”
o “en contra” de esta nueva interdependencia mundial. Pero sí hay muchas cosas
que dependen de nuestro consentimiento o resistencia a la equívoca forma que
hasta la fecha ha adoptado la globalización.
Hace sólo medio
siglo, Karl Jaspers podía aún separar limpiamente la “culpa moral” (el
remordimiento que sentimos cuando hacemos daño a otros seres humanos, bien por
lo que hemos hecho o por lo que hemos dejado de hacer) de la “culpa metafísica”
(la culpa que sentimos cuando se hace daño a un ser humano, aunque dicho daño
no esté en absoluto relacionado con nuestra acción). Esta distinción ha perdido
su sentido con la globalización. La frase de John Donne “no preguntes nunca por
quién doblan las campanas; están doblando por ti” representa como nunca la
solidaridad de nuestro destino, aunque todavía esté lejos de ser equilibrada
por la solidaridad de nuestros sentimientos y acciones.
Cuando un ser
humano sufre indignidad, pobreza o dolor, no podemos tener certeza de nuestra
inocencia moral. No podemos declarar que no lo sabíamos, ni estar seguros de
que no hay nada que cambiar en nuestra conducta para impedir o por lo menos
aliviar la suerte del que sufre. Puede que individualmente seamos impotentes,
pero podríamos hacer algo unidos. Y esta unión está hecha de individuos y por
los individuos.
El problema es,
como alegaba Hans Jonas, otro gran filósofo del siglo XX, que, aunque el
espacio y el tiempo ya no establezcan límites a las consecuencias de nuestras
acciones, nuestra imaginación moral no ha ido mucho más allá del ámbito que
tenía en los tiempos de Adán y Eva. Las responsabilidades que estamos
dispuestos a asumir no se han aventurado tan lejos como la influencia que
nuestra conducta diaria ejerce sobre las vidas de personas cada vez más
lejanas.
El “proceso de
globalización” significa que esa red de dependencias llega a los más remotos
recovecos del planeta, pero poco más (por lo menos hasta ahora). Sería muy
prematuro hablar de una sociedad global o de una cultura global, y más aún de
una política o un derecho globales. ¿Está surgiendo un sistema social global en
ese extremo último del proceso de globalización? Si tal sistema existe, no se
parece a los sistemas sociales que solemos considerar normativos. Solíamos
pensar en los sistemas sociales como una totalidad que coordinaba y adaptaba
todos los aspectos de la existencia humana a través de mecanismos económicos,
poder político y patrones culturales. Hoy día, sin embargo, aquello que se
solía coordinar al mismo nivel y dentro de una misma totalidad ha sido separado
y situado en niveles radicalmente diferentes.
La globalidad
del capital, las finanzas y el comercio (esas fuerzas decisivas para la
libertad de elección y la eficacia de las acciones humanas) no se ha emparejado
a una escala semejante con los recursos que la humanidad ha desarrollado para
controlar las fuerzas que rigen las vidas humanas. Y lo que es más importante,
la globalidad no se ha igualado con una escala global semejante de control
democrático.
De hecho
podemos decir que el poder ha “volado” de las instituciones desarrolladas a lo
largo de la historia que, en los Estados nacionales modernos, solían ejercer un
control democrático sobre los usos y abusos del poder[psg1] . La globalización en su forma actual significa pérdida
de poder de los Estados nacionales y (por el momento) ausencia de cualquier
sustituto eficaz.
Ya en otra
ocasión, los actores económicos efectuaron una desaparición a lo Houdini
semejante a ésta, aunque, evidentemente, a una escala mucho más modesta que la
que se ha efectuado en nuestra era de la globalización. Max Weber, uno de los
analistas más agudos de la lógica de la historia moderna (o de la falta de
ella), observó que lo que marcaba el nacimiento del nuevo capitalismo era la
separación de la actividad económica de lo doméstico[psg2] (donde lo “doméstico” significaba la densa red de
derechos y obligaciones mutuas mantenidos por las comunidades rurales y
urbanas, por las parroquias o los gremios de artesanos, en las que familias y
vecinos habían estado estrechamente envueltos). Con esta separación (mejor
llamarla “secesión” en honor de la antigua alegoría de Menenio Agripa), el
mundo de los negocios se aventuró por una auténtica tierra fronteriza, una
tierra de nadie libre de problemas morales y restricciones legales y pronta a
ser subordinada al código de conducta propio de la empresa.
Como ya
sabemos, esta extraterritorialidad sin precedentes de la actividad económica
condujo en su momento a un espectacular avance de la capacidad industrial y al
acrecimiento de la riqueza. También sabemos que, durante casi la totalidad del
siglo XIX, esa misma extraterritorialidad redundó en mucha miseria humana, en
pobreza y en una casi inconcebible polarización de las oportunidades y niveles
de vida de la humanidad.
Por último,
también sabemos que los Estados modernos entonces emergentes reclamaron esa
tierra de nadie que el mundo de los negocios consideraba de su exclusiva
propiedad. Los organismos que establecen las normas del comportamiento de los
Estados invadieron aquel espacio hasta que, no sin vencer una resistencia
feroz, se lo anexionaron y colonizaron, llenando así el vacío ético y mitigando
sus consecuencias más desagradables para la vida de sus súbditos o ciudadanos.
La
globalización se puede considerar como la “segunda secesión”. Una vez más, el
mundo económico se ha escapado del confinamiento doméstico, aunque esta vez el
hogar que se ha abandonado es el moderno “hogar imaginario”, circunscrito y
protegido por los poderes económicos, militares y culturales del Estado
nacional, a los que se suma la soberanía política. De nuevo, el ámbito
económico ha conseguido un “territorio extraterritorial”, un espacio propio por
el que pueden andar, tumbando con toda libertad los pequeños obstáculos
levantados por las débiles potencias de lo local y tratando de sortear los
obstáculos construidos por los fuertes, y donde pueden perseguir sus fines
pasando por alto o dando de lado el resto de los fines, a los que consideran
irrelevantes económicamente y por tanto ilegítimos. Y una vez más observamos
unos efectos sociales semejantes a aquellos que, en tiempos de la primera
secesión, tropezaron con la repulsa social, sólo que esta vez a una escala
inmensamente mayor, global (como la segunda secesión en sí).
Hace
casi dos siglos, en plena primera secesión, Karl Marx acusó de “utópicos” a
aquellos que abogaban por una sociedad mejor, más equitativa y justa y que
tenían la esperanza de lograrlo deteniendo en seco el avance del capitalismo y
volviendo al punto de partida, al mundo pre-moderno del ámbito doméstico y los
talleres familiares.
No había vuelta
atrás, insistía Marx; y, al menos en ese punto, la historia le dio la razón.
Cualquier tipo de justicia y de equidad susceptible de arraigar hoy día tiene
que partir del punto en que unas transformaciones irreversibles han llevado ya
a la condición humana.
Una vuelta
atrás de la globalización de la dependencia humana, del alcance global de la
tecnología y de las actividades económicas es imprevisible con toda seguridad.
Respuestas como “pongamos las carretas en círculo” o “volvamos a las tiendas de
campaña tribales” (nacionales, comunitarias) no servirán. No se trata de cómo remontar
el río de la historia, sino de cómo luchar contra su contaminación y canalizar
sus aguas para lograr una distribución más equitativa de los beneficios que
comporta.
Y otro punto
que es necesario recordar: sea cual fuere la forma que adopte el control global
sobre las fuerzas globales, no puede ser una copia ampliada de las
instituciones democráticas desarrolladas en los dos primeros siglos de la
historia contemporánea. Dichas instituciones se hicieron a la medida del Estado
nacional, que entonces era la 'totalidad social', de mayor tamaño y que más
abarcaba y son particularmente poco aptas para ser ampliadas hasta una escala
global.
El Estado
nacional no era tampoco una hipérbole de los mecanismos comunitarios sino que,
por el contrario, era el producto final de formas radicalmente nuevas de
convivencia humana, así como de solidaridad social. Tampoco fue el resultado de
una negociación y un consenso logrado tras una dura negociación entre
comunidades locales. El Estado nacional, que finalmente proporcionó la tan
buscada respuesta a los desafíos de la “primera secesión”, surgió a pesar de
los obstinados defensores de las tradiciones comunitarias y mediante la
progresiva erosión de las ya escuálidas y menguadas soberanías locales.
Toda respuesta
eficaz a la globalización no puede más que ser global. Y el destino de
semejante respuesta global depende de que surja y arraigue un ámbito político
global (entendido como algo distinto de “internacional” o, para ser más
precisos, interestatal). Es este ámbito político el que hoy brilla por su
ausencia.
Los actuales
actores mundiales se niegan abiertamente a establecer dicho ámbito. Sus
adversarios visibles, entrenados en el viejo y cada día menos eficaz arte de la
diplomacia entre Estados, parecen carecer de la habilidad necesaria y de los
recursos indispensables para lograrlo. Se necesitan nuevas fuerzas para
establecer y dar vigor a un foro auténticamente mundial adecuado a la era de la
globalización, y éstas sólo se harán valer evitando a unos y otros.
Ésta parece ser
la única certeza. El resto depende de nuestra inventiva compartida y de la
práctica política del tanteo. Al fin y al cabo, muy pocos pensadores, si es que
hubo alguno, fueron capaces de prever en plena primera secesión la forma que
adoptaría finalmente la operación encaminada a reparar los daños. De lo que sí
estaban seguros era de que una operación de esa clase era la necesidad más
imperiosa de su tiempo. Todos estamos en deuda con ellos por esa clarividencia.
[psg1]En La globalización El Estado como institución, ya deja de ser la
fuente de poder nacion al. Las decisiones, epsecialmente, econômicas se toman a
nível global
[psg2]Separación de la actividad econômica de lós doméstico.
¿Cómo se vê reflejada la globalización
em la actualidad en la vida cotidiana? (presentar informe escrito y exponer
ante El curso)
¿Cómo afecta a la educación parvularia
–o educadora de párvulos- la globalización.
¿Cuáles son lãs características de la
globalización?
Imagínese un parvulario Del futuro.
Descríbalo con todo detalle.
¿Cuáles han sido lãs consecuencias de
la globalización para lãs famílias?
¿Cómo será la vida familiar en el
futuro?
¿Qué preparación deberan tener lós
niños em el futuro para enfrentar la globalización?
¿Cuáles son las consecuencias
positivas y negativas de la globalización?